¿Qué es y para qué nos sirve la Termografía?
La termografía es una técnica basada en la detección de la temperatura de los cuerpos que se aplica a multitud de áreas como la industria, la construcción o la medicina. La primera cámara empleada en el ámbito de la industria se utilizó para inspeccionar cables de alimentación de líneas de alta tensión en 1965 (FLIR Systems, 2011). En la actualidad y en el campo de la industria, las cámaras termográficas son el único elemento eficaz en la detección con exactitud de la pérdida de energía de los edificios, y por ello se ha convertido en una técnica indispensable. El rendimiento energético de los edificios es la aplicación más rentable de la termografía en la construcción, ya que ayuda a ajustar las normativas. Pero no sólo es importante para la industria y la construcción, hay otros usos no vinculados a los humanos, que son los que estudiaremos en este trabajo, pero que igualmente posicionan a esta técnica como útil y en creciente auge. Por una parte, encontramos su aplicación a la veterinaria un área de conocimiento donde está teniendo bastante acogida.
Existen varios tratados (Smith, 1964; Turner, 2001) y aplicaciones diferentes, como su uso como indicador de enfermedades respiratorias en bovinos o de la rabia en mapaches, pero buena parte de los estudios se centran en la detección temprana de enfermedades que afectan a los équidos como tendinitis o fracturas por estrés antes de que el caballo presente síntomas de cojera o de ciertas dermatitis que afectan a su pelaje (Eddy, Van Hoogmoed, & Snyder, 2001). Incluso está siendo empleada para conocer si se aplican procedimientos fuera de reglamento para perjudicar el rendimiento de los caballos en competición, por ejemplo cuando se usan sustancias irritantes que colocan en sus patas. En este campo se conocen las limitaciones de la técnica, pero también su valor para el diagnóstico si se complementa con otras como la radiología o los ultrasonidos. Otra de las aplicaciones más actuales de la termografía es en el campo de la ciencia forense. Los medios de comunicación han facilitado información sobre la aplicación de la técnica termográfica al caso de los niños desaparecidos en Córdoba en octubre de 2011, donde un experto estudió imágenes termográficas de varios elementos de la finca donde se cree que pudieron desaparecer. Siguiendo pistas policiales sobre una hoguera encontrada, pudo determinar que la forma de ésta no era habitual, y que existía un calor residual que situaba la temperatura alcanzada por dicha hoguera en 800⁰ C (Cabrera, 2012). Este dato está siendo de gran relevancia para esclarecer los acontecimientos que rodean a la desaparición de los niños. Dentro del ámbito de la medicina forense, investigadores de la Universidad de Granada han desarrollado una técnica de data de muerte forense basada en la temperatura de los microorganismos que pueblan un cadáver denominada termo-microbiología (Fernández, Botella, & Bedmar, 2009). Esta técnica establece correspondencias entre los parámetros de crecimiento micro orgánico sobre restos cadavéricos y la data de muerte de éstos en relación con la temperatura de los mismos. Las diferentes etapas de descomposición de los cuerpos, relacionadas con el crecimiento y muerte de microorganismos también obedecen a parámetros de temperatura. Su estudio mediante la termografía permite establecer un indicador microbiológico que permitirá reducir el margen de error a la hora de estimar el momento en el que se produjo la muerte.
Pero más allá de constatar que esta técnica tiene una aplicación en otras disciplinas, nos interesa su aplicación en la relación entre la temperatura humana y la enfermedad, que se lleva investigando desde que se estudia la medicina, ya de la mano de Galileo (Ring, 2007). El primer método fue el de detección del calor por conducción, donde se medían los cambios de densidad de los líquidos y siguiéndole a lo largo de la historia el estudio por convección y por radiación. El siguiente paso documentado lo dieron investigadores como Huygens, Roemer y Fahrenheit y Celsius, que propusieron la existencia de una escala calibrada, mientras que Linneo en 1750 fue el que acabó dando forma a la escala centígrada que utilizamos en la actualidad. Pero fueron los Herschel, padre e hijo, a principios del siglo XIX, los que alumbraron el conocimiento hacia esta técnica, y muchos otros descubrimientos. El que más nos interesa demostraba la existencia de lo que llamaron “calor oscuro” o, lo que es lo mismo, calor que no podía verse pero que si tenía las mismas propiedades de reflexión y refracción que la luz. Usando la luz solar lograron generar una imagen visible, a la que llamaron termograma, y que actualmente definimos como la imagen infrarroja que genera la radiación de la temperatura.
La medición de la fiebre, el desarrollo de escalas e instrumentos para determinar el calor, como los de Celsius o Fahrenheit y el termómetro, son avances de la medicina y la física que posibilitan los estudios actuales sobre el calor que desprendemos, su significado y las utilidades que pueden desarrollar su manipulación. En el siglo XX la termografía experimentó su mayor desarrollo tras la segunda guerra mundial, con el impulso de las investigaciones militares para detectar al enemigo (visión nocturna) que llevaban a cabo en el ejército de EEUU en la segunda mitad del siglo XX (Ring & Ammer, 2012); se basaban en el uso de sensores electrónicos (Ring & Ammer, 2000). El primer termograma aplicado a la medicina fue publicado por Lawson (1956), en un estudio sobre detección de cáncer de pecho, y en 1971 la Sociedad Europea de Termografía celebró su primer congreso, aunque veremos cómo ha evolucionado la técnica en esta disciplina.
Fuente de informacion: Emilio G., Oscar L., Juanma de la F., Maria J. Neurotermografia y termografia psicosomatica. Revista de investigacion ResearchGate [Online] n° 44. Granada, España. Abril 2015.[Citado 28 Oct 2015] Disponible en: http://www.researchgate.net/profile/Juanma_De_La_Fuente/publication/276893906_Neurotermografa_y_termografa_somtica/links/555c626708ae91e75e76f27d.pdf#page=8